Para lectores sabios

jueves, 2 de julio de 2009

La arpía

Era el ser más inesperadamente cruel con el que se había topado jamás; una auténtica arpía. Al principio le cayó simpática, maravillosa, y pareció ser realmente una gran amiga. Le hacía mucha compañía, sin darse cuenta de que cada vez estaba más presente en su vida, demasiado presente. La había añorado y buscado toda su vida, y cuando al final la encontró, le permitió que acaparara todo lo que hacía y que dominara su vida. Nunca intervenía directamente en sus amistades, pero de forma apenas perceptible se iba adueñando de su tiempo. La inmensa atracción que supuso al principio se fue convirtiendo, paulatinamente, en obsesión. Una obsesión que acabó por dominarlo todo.

Cada vez que salía con alguien, que pasaba unos días con colegas, cada vez que llamaba un amigo o amiga, siempre la sentía detrás, acariciándole suavemente y recordándole lo mucho que la necesitaba. Hasta que llegó a depender totalmente de ella.

Empezó a rebelarse y no supo cómo. Empezó a odiarla pero sin querer dejarla. Empezó a mirarla con odio sin recibir más que su dulce sonrisa a cambio, como riéndose de sus esfuerzos. “Sabes que no puedes pasar de mí”, le decía abrazándole de nuevo y confundiéndole con argumentos que ya empezaba a no creerse.

Le llevó a prescindir de la familia, de los amigos. Llegó a temerlos, sin dejar de quererlos. Al final era como si ella lo tuviera atado y amordazado mientras lo castigaba con toda la crueldad del mundo. Se dio cuenta de que era mucho más cruel de lo que jamás hubiera pensado, a pesar de lo mucho que la quiso al principio. Era una adicción, era una droga dura. Sabes que te está matando pero no la puedes dejar. Ya no sabes cómo estar sin ella. Creía conocerla, pero resultó ser una total desconocida capaz de destrozarle la vida.

Con ella, el sexo era totalmente insatisfactorio. La conversación, un monólogo sin réplica. Eso sí, le respetaba su espacio, demasiado. Pero como era tan importante para él no se apercibió de su ausente presencia, ni de su presente ausencia, capaz de hacerle sangrar el alma en lágrimas día sí y día también.

Y esa cruel arpía no sólo le destrozó la vida a él, sino que lo hará siempre, constantemente, con todos los que la deseen demasiado.

Y en el lecho de la muerte, la arpía logró que renunciara a que alguien estuviera presente. No soportó ya la presencia de nadie a su alrededor, excepto de la de esa cruel arpía que fue su única compañía en los últimos minutos de su vida; esa cruel arpía llamada soledad.