Para lectores sabios

jueves, 16 de septiembre de 2010

En busca de la creatividad perdida

Me puse el gastado sombrero de cuero, me calcé las rasgadas botas, colgué el zurrón del hombro y el viejo colt del cinturón, junto a mi inefable látigo, y me lancé a la búsqueda de la creatividad perdida.

Batallé durante semanas con emboscados reality shows en televisión, con siniestros botellones nocturnos, con subrepticios comentarios en facebook e incluso con escatológicas declaraciones de políticos de alta alcurnia. Pero no alcancé mi objetivo. Mis mapas no me servían, pues sólo indicaban la situación de los McDonald’s y del Corte Inglés más cercanos. Mi GPS me hablaba en chino al ordenarme que a nuevecientos metros tomara la quinta salida de la rotonda, que una vez alcanzada sólo tenía tres.
En mi desesperación busqué en Google, en mi Blackberry, en la Xbox de mi hijo y hasta en libros de cocina africana. Busqué en las cuerdas de mi guitarra, en la papelera de una escuela, en las posturas de mi gato, incluso en el manual de uso de mi nueva caldera.
Al final, pregunté a mi terapeuta que me dijo que mirara dentro de mí, que la respuesta estaba en mí mismo. Y sí, allí estaba, ciertamente. Visto mi interior, vi que la creatividad, simplemente, aún no había llegado. Llegaba tarde, pero la creatividad no tiene hora de llegada.
La creatividad no se busca. La creatividad llega, y llega cuando le da la gana. La busques donde la busques, si llega, incluso estará en el McDonalds, en la caldera de gas o en la Blackberry.
Descargado de mis vestiduras de aventura y puesta la lavadora con la ropa sucia, me senté a esperar su llegada. Y vaya si llegó. Sí. Llegó con las vueltas de la ropa en la lavadora, en el vórtice que forma el jabón. Allí estaba, la muy descarada. Así que recurrí a mis mejores artes para retenerla.
Y lo que me dio,… bueno, eso ya llegará. Estoy en ello. Lo prometo. Pero es que ahora se me hace tarde y me pierdo Los Simpsons… Nunca es tarde, si la dicha es buena.