Para lectores sabios

sábado, 25 de octubre de 2008

Historias para no pensar

Amnesia: el país de Nunca Jamás

Estaba haciendo la maleta. Estaba contento; ya le habían dado el alta. Dejó la maleta acabada sobre la cama, se acercó a la ventana y miró los techos de las casas, muy por debajo de él. Ahí estaba la ciudad, esperando su regreso.
Faltaba poco para que le vinieran a recoger su mujer y sus hijos, a los que apenas reconocía, a pesar de conocerlos demasiado bien. Empezaba a conocer de nuevo a sus mejores amigos, esta vez de verdad, igual que a aquellos que pensaba que eran buenos amigos, y que ahora empezaba a conocerles también de verdad, la falsa amistad que habían mostrado.
Había sufrido un grave accidente de tráfico hacía unos dos meses y despertó en un hospital. Había pasado un mes en coma, le dijeron, y al abrir lo ojos no sabía ni quién era. Amnesia, decían los médicos. Y por su habitación fueron desfilando todos: esposa, hijos, hermanos, amigos, compañeros de trabajo,… personas totalmente desconocidas que, quien más, quien menos, pasaron mucho rato a su lado, contándole quiénes eran y lo que habían hecho juntos.
A las tres semanas de convalecencia, despertó una noche bañado en sudor. Un terrible escalofrío le recorrió todo el cuerpo: la memoria había regresado. De golpe, todos sus recuerdos volvieron,… y pudo compararlos con lo que le habían estado contando. Entre todos le estaban creando un mundo falso, un mundo demasiado feliz. Todos hablaban sólo de cosas buenas, todos querían olvidar las penurias, las tristezas, las discusiones. Lloró toda la noche porque no sabía como enfrentarse a esa nueva realidad.
Por la mañana ya había tomado una decisión: «Si me ofrecen volver a nacer, ¿quién soy yo para no aceptarlo? Ellos también vuelven a renacer conmigo». Ahora sabía ya quién era realmente amigo suyo y quien no. Sabía lo que su jefe pensaba de él, aunque gracias a Dios no tendría que volver a trabajar a sus órdenes. Sabía quien le había echado de menos y quien se había hasta alegrado. Ya no debía nada a nadie, ni tampoco nadie nada a él. Y sabía, sobre todo, cuánto le querían su esposa y sus hijos. Decidió no decir nada. Bienvenido a Amnesia, el país de Nunca Jamás, donde nunca jamás se recordaría el pasado digno de olvido.
Sonrió, disimulando lo enamorado que estaba, cuando su esposa entró para llevarlo a casa, y renació al ver cómo ella le miraba con los mismos ojos y le besaba con los mismos labios que el primer día.

martes, 21 de octubre de 2008

Historias para no pensar

Inopia, el país de los no pensantes.

No sabía cómo había llegado de nuevo allí, pero le daba igual, siempre era igual. Hundió lentamente la galleta en el frasco de mermelada mientras observaba la pantalla del ordenador. Creía ver ideas danzando a su alrededor; estaban allí, debían estar allí, muy cerca, al alcance de la mano,… pero lo único que tenía a su alcance, aparte del paquete de Winston y un mechero, eran las galletas y el frasco de mermelada. Absorto, la mordió, para darse cuenta, de inmediato, que los crackers salados no casan nada bien con la mermelada de…, tuvo que mirar el frasco para saberlo: de arándanos. No le gustaban los arándanos. ¿Quién había puesto mermelada de arándanos y crackers sobre la mesa?
Se encendió un cigarrillo, apartó la fatídica combinación alimentaria lejos del teclado y observó el techo en penumbra, en busca de una supuesta musa que, de tanto revolotear, se habría escondido en algún rincón de ese destartalado y desconocido espacio. Aparte de un par de viejas moscas en una telaraña muerta no vio nada digno de mención, la musa quizás estuviera en otra estancia, si es que había «otra estancia» en ese lúgubre espacio de fría soledad.
Bajó la mirada a la pantalla vacía, se abrochó la chaqueta un poco más para contrarrestar el frío de unos radiadores congelados y llegó al fin a la conclusión de que seguía sin poder pensar. Se encontraba, otra vez, en el gélido mundo de la inopia. No se le ocurría nada, ni se le ocurriría jamás. Estaba vacío.
Pero no importaba, porque la pantalla estaba apagada, el teclado desconectado y la mermelada, probablemente caducada. Se levantó, caminó dos pasos con los pies enfundados en deshilachadas zapatillas hacia donde debía estar la cocina, pero no la encontró, no existía. Era la misma historia de siempre. Desde que vivía en inopia, nada es lo que es, nada tiene sentido, nada existe. Y como cada día, de nuevo, a las pocas horas se desvaneció.