Para lectores sabios

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tempus fugit II

Languidece la noche. Y languidece, como siempre, sin parar. El tiempo, el tiempo, eltiempoeltiempoeltiempo…. El tiempo marca las horas y los minutos marcan el tiempo. Se cierra el círculo que no puedes controlar, sólo aprovechar, como puedas. Pues las agujas no paran de trazar círculos en tu vida. Cada día parece que todo empieza de nuevo, pero no es así, sigue de nuevo.
Hará ya unos quince años que murió mi abuelo Juan, el farmacéutico, padre de mi madre. Su recuerdo está hoy en la palma de mi mano, en un objeto especial que hoy he vuelto a rescatar, tras varios años olvidado en un cajón. El reloj de mi abuelo, que me legó en su testamento. Un reloj que, según él, yo admiraba mucho de pequeño. Y ahora, en este mismo momento en el que el tiempo recobra su importancia, recobra su importancia. Lo limpio, lo repaso, le doy cuerda,… y funciona. Debe llevar más de cinco años sin funcionar pero funciona. El reloj,… debe tener más de 60 años. Funciona, suave, silencioso. Funciona. Es una imagen del pasado que perdura en la memoria. Y cuando el pasado te invade de esta forma, el reloj cobra vida y te habla. Me cuenta cosas de mi infancia; mientras hace tic tac me dice que de niño, seguramente sentado en su regazo, jugaba con su reloj. No puedo recordarlo, pero me encantaría poder recordarlo. Por eso me lo legó; para que me sumergiera en su recuerdo, para que perdurara en mi memoria. Para que al menos un par de veces en la vida le diera cuerda y volviera a sentarme en su regazo.
Recuerdo la farmacia, los estantes repletos de frascos ilegibles. El armarito con frasquitos pequeños, con cicuta, curaré, y otras sustancias peligrosas, pero al parecer útiles para curar. Recuerdo que mi abuelo era muy alto y delgado, sonriente, amable, cariñoso,... Recuerdo que leía La Vanguardia cada día, de pe a pa, sentado a la mesa del comedor y apoyando la cabeza en la mano izquierda, gesto que he heredado de él, según mi madre. Recuerdo cuando tocaba el piano, y cuando ponía discos en la gramola. Recuerdo su casa, grande, con habitaciones tan alejadas entre sí que creaban mundos distintos.
Hoy, totalmente obsoleto, su reloj recobra vida de nuevo, vive, en su mecanismo y en mi mente. Y mañana, si no le doy cuerda al recuerdo, se apagará. No quiero que se estropee, es mi recuerdo, el único de mi infancia. 
Las agujas giran y se repiten en sus círculos. Nosotros nos limitamos a darles cuerda y a vivir en línea recta.