Para lectores sabios

martes, 18 de octubre de 2011

Segundos de oscuridad

Se la veía venir, manirrota,
la emisaria del calvario
cruel justicia de emisario
de que todo ha de acabar.

La escuchabas desde lejos
en certera cantinela,
no te fíes, trae tela,
ya que todo ha de cambiar.

Pero bueno, ya se sabe
nada dura eternamente
no lo pienses con la mente,
siéntelo en tu corazón.

Todo cambia, nada queda,
es la ley de la ternura
pues en ella solo dura
lo que sabes conservar.

No me llores, dulce niña
lo que acaba es un desierto
y renace en un acierto
al ver el faro una vez más.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Encuentros en la intimidad

Esta mañana he hablado con alguien a quien pensaba conocer bien, pero me ha resultado un extraño. Me he dirigido a él expresamente. Es un hombre de mi edad, pelo canoso y barba de una semana. Siempre está allí, como si fuera el portero. Le he preguntado directamente quién era y me ha explicado un poco su vida. A ratos me sonreía, a ratos parecía triste. Me contó sus sueños y sus miedos. Me habló de sus proyectos, de sus amores y desamores. De su trabajo, sus hijos, sus aficiones,…  Parecía muy contento de verme y de poder hablar conmigo. Le costaba encontrar a veces las palabras, pero siempre me miraba a los ojos mientras le escuchaba. Y me empezó a caer bien. Fue una sensación curiosa estar hablando con un extraño a quien creías conocer, con quien pensabas estar muy familiarizado pero en el fondo sin saber mucho de él. Curiosamente, aún conociéndole muy bien, no le había dirigido todavía nunca la palabra. Me acerqué a él y él se acercó a mí, con seguridad, con aplomo, con bastante más autoestima que yo. Seguramente tenía yo muchos prejuicios y, al no haber hablado con él nunca antes, al no preguntarle directamente, no podía saber cuáles eran sus intereses y necesidades. Fue una conversación corta, afable y tranquila. Fue un cara a cara muy interesante. La primera conversación con ese conocido desconocido, pero que ahora me cae ya bastante bien. Me dio unos cuantos buenos consejos y quedamos en seguir hablando mañana, en contrastar opiniones, en analizar situaciones y descubrir impresiones comunes. Muy majo, el tío. Se marchó al mismo tiempo que yo, cuando aparté la mirada del espejo del cuarto de baño, apagué la luz y cerré la puerta. Mañana volveré a hablar con él, antes o después de lavarme los dientes, o quizá mientras nos afeitamos juntos.

sábado, 11 de junio de 2011

Polaridades

Erase una vez un niño que quería poder disfrutar tanto de las cosas que no las disfrutaba en absoluto. Cuando le regalaron su primer reloj, le gustó tanto que no lo sacó de la caja, no fuera que se lo robaran, se cayera y se rompiera, o siquiera se rayara lo más mínimo. Los bolígrafos bonitos no los utilizaba, no fueran a quedarse sin tinta. Cuando le regalaban un libro sólo lo entreabría y le leía con dificultad y casi con guantes, no fuera que se estropearan el lomo y la cubierta. La ropa bonita había que guardarla para una ocasión digna, que no llegaba nunca. El día que decidió ponérsela ya le había quedado pequeña… Y aquellas hermosas botas de montaña se quedaban en casa, no fuera que en la excursión se mancharan de barro.

Y así arrastró esa tendencia a preservar, presa del miedo a perder la novedad. De joven le costaba quitar el plástico protector de los teléfonos móviles. Los objetos ligeramente rayados o gastados ya no se podían utilizar. Hacía falta uno nuevo y, una vez comprado, se guardaba para seguir utilizando el viejo, no fuera que el nuevo se estropeara… Se compraba una botella de Limoncello en un viaje a Italia, pero no la abría, porque una vez abierta se consumiría y pronto tendría que tirar la botella vacía y se habría acabado el placer y el recuerdo del viaje. Y al final siempre se decía lo estúpido que era tirar la caja de bombones sin empezar, dejar que se estropeara el té chino traído de Pekín, porque si lo consumía demasiado deprisa se acabaría. Limpiaba tanto su pisito y cubría tanto el sofá con sábanas para que no se llenara de pelos de gato, que al final no utilizaba nunca el salón.

Se comportaba así por un constante miedo a la pérdida. Había perdido tantas cosas en la vida…: el interés de sus padres, su primera novia, la juventud, la confianza,… Las cosas y las personas, tenían un valor distinto para él. Había que cuidarlas demasiado, por encima de cualquier otra cosa, si es que quería tener alguna oportunidad de no perderlas. Y se perdían igual.

Muchos años después recuperó la juventud y la confianza en sí mismo, aunque el miedo a la pérdida sigue latente en sus células. Descubrió poco a poco el placer de beberse la botella de vino bueno recién regalada lo antes posible y, a ser posible, en buena compañía. De desprecintar los aparatos se rayen o no, de ponerse la camisa nueva de inmediato, día sí, día también. Luego se tira la botella vacía, se usan los aparatos rayados y se lava la camisa aunque pierda algo de color. Siempre habrá otra botella, los aparatos rayados funcionan de maravilla durante muchos años y las camisas viejas también gustan, si se cuidan un poco y no se estropean.
Pero así se volvió prisionero de la prisa, de consumir el vino antes de perderlo, de gastar la camisa antes de aburrirse de ella, de aprovechar al máximo cualquier cosa antes de que se acabe. Y prisionero de la prisa por ser querido, respetado, amado. Por tener certezas,… por recuperar tantas cosas perdidas.
Y tampoco encontró el equilibrio. Porque el equilibrio lo buscaba en las cosas y las personas a su alrededor.

Y así llegó el día en que se dio cuenta de que había una persona en la que no había pensado nunca. A la que no había recurrido nunca para serenarse. Una persona a la que apenas conocía y a la que había rechazado y olvidado durante todo este tiempo. Y así fue como se conoció a sí mismo. Y se dio cuenta de que todo, absolutamente todo lo que pasaba a su alrededor, dependía de su propia forma de ver el mundo. Ni se puede recuperar lo perdido, ni se pueden tener certezas. Se reconoció al fin en el camino, y no en la meta. Disfrutó de unas cosas, otras las dejó reposar. Disfrutó del respeto y del reconocimiento, y al final los dejó marchar. Buscó la tranquilidad en una sonrisa, en lugar de temer su pérdida. Y se enamoró,… quizás,… por primera vez en su vida,… de verdad.

martes, 1 de marzo de 2011

Prejuicios deflectivos

Querida Montserrat:
He visto tu perfil en el Match y me ha gustado mucho. Dices que buscas a un tío sincero, cariñoso, honrado, y que sepa dar mucho cariño. Yo creo cumplir esas condiciones, me atrae mucho una mujer que se centre en aspectos sencillos y no pida, así de primeras, que sea rico y guapo. Aunque claro, lo de guapo siempre es relativo. Pobre no soy, no mucho al menos, pero guapo, lo que se dice guapo, bueno,… estoy convencido de que no te desagradaré. Soy sincero, educado, fino, limpio, de buena educación… Aunque claro, mi sinceridad es evidente sólo para mi, pues no me conoces aún de nada y yo me guío sólo por el texto que has puesto. Porque no has subido una foto a tu perfil. Supongo que es normal, ¿verdad? Seguro que es porque si la pones te avasallan a mails y la mayoría serán viejos verdes, perdona la expresión. Pero a mí me atrae mucho ese secretismo, ese intríngulis de no saber cómo eres. ¿Y si resulta que no eres muy agraciada en hermosura? Jajajaja, qué bruto soy, ¿verdad?. Bueno, el misterio está por desvelar. Te incluyo una foto mía, me la sacó un amigo el año pasado. Soy el de la derecha, con la chaqueta negra en la puerta de la disco. Soy ése del pelo rubio (me lo teñí, pero ahora ya me lo vuelvo a dejar negro). ¿A que mola? Como ves, soy honrado y te envío una foto. Eso de que no hayas subido la tuya,… ufff, en el fondo no dice mucho de tu sinceridad. Yo creo que si buscas a un hombre sincero y honrado, pues al menos deberías ponerte  un poco a la altura y subir una foto, aunque no se te vea mucho. Sólo para tener una cierta idea de tu figura. Ya sabes, el tiempo es oro y hay muuuchas chicas en el Match que buscan lo mismo que tú. Y casi todas ponen foto. A mí me atrae el misterio, claro, tengo curiosidad. Pero no me lo pongas tan difícil, jolines!! También pides que sea cariñoso, jeje. Bueno, yo doy cariño cuando me responden. ¿Cómo eres tú de cariñosa? ¿Mucho? ¿Seguro? Bah, no me lo creo, me lo tendrás que demostrar, jeje. No estoy muy seguro de lo que hago ¿sabes? Eso de que no pidas a alguien guapo me hace sospechar que igual no eres tan bonita como quieres que te imaginemos. A saber, igual tienes granos, jajajaja!!! Jolines, deberías subir una foto, o enviarme una, al menos, vaaaaaa. Bah! Seguro que si tuvieras una de bonita la hubieras puesto. Conocí a dos sin foto y eran adefesios, jajajaja. Me temo que voy a darme de bruces contigo otra vez. Mira ¿sabes qué? Me da como mala espina. ¿Por qué no subes foto ni pides un tío con pelas, un cochazo, un tipazo de gimnasio y cosas así? Joder, tía. Te haces la misteriosa y pides gilipolleces. ¡Anda ya! Seguro que hasta ni siquiera es verdad que tienes 22 tacos.  Si en el Match miente todo cristo, tía, jajajaja! No sé, no acabo de creérmelo. ¿Y por qué has puesto Montserrat? ¡Si es nombre de abuela, chavala! Ya que mientes con la edad podrías mentir con el nombre y hacerte llamar Yolanda, o Jennifer, que mola mucho más, tía. ¿Sabes? No te creo una mierda, chavalota. Seguro que eres gorda, bizca, calva y sin dientes, jaja. Bueno, ya veo que será mejor que no me respondas, tía. Joder, mira que me has confundido, ¿eh? Por un momento pensé que igual,… yo qué sé, tía. Eres falsa, ¿lo oyes? ¡Falsa! A mí no me toma nadie el pelo así, tía. Que me siento enculao, joder. Anda y que te dén. ¡Zorra!.