Para lectores sabios

viernes, 1 de agosto de 2008

El juego del Sol

Se asoma por el mediterráneo, sólo un momento, para ver si alguien le mira, para ver cómo le miran y le admiran. Sabe que le miran con amor, con sorpresa, con ternura. Luego salta al cénit, donde nadie le mira, donde nadie le puede ver, aún sabiendo que está allí. Todos saben que está allí, que sin él no habría nada, pero no le miran. Lo ve todo: ve la lujuria, la piedad, ve el amor, la soledad, ve el cariño y la crueldad, y cada día se sorprende más y más. Se pasea a sus anchas, lo ve todo, pero nadie le mira. Es demasiado intenso. Se aburre y se cansa, y decide bajar, allí donde pueden verle. Y sí, allí le miran, le miran y admiran de nuevo, con amor, ternura y agradecimiento, pero ya cae. Ellos saben que volverá y, como despedida, les envía colores dorados, ocres, y lentamente, inexorablemente, desciende. Guiña un ojo al acariciar la montaña, para despertar el trino de los pájaros, los únicos que le despiden. Un paso más y ya no puede ver a nadie ni nadie le ve. Le han mirado, sí, pero sólo en su amanecer y en su ocaso. El resto del día domina todo a sus espaldas, invisible y onmipresente, y les ve. Pero ahora, ahora toca de nuevo dormir, hasta mañana, que volverá a jugar con sus miradas. Fotos: amanecer navegando hacia Menorca, atardecer en una cala de Mallorca y puesta de sol en Sant Llorenç de Munt. (c) MNF



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