Observaba la luna como si fuera la primera vez que la viera. Prácticamente llena y muy baja en el horizonte, cubría su entorno con un velo de luz gris azulada. El reflejo en el lago era perfecto, ya que la superficie estaba totalmente quieta, como un espejo. No sabía cuánto llevaba en la orilla pero le parecía una eternidad. Se apartó el cabello de la frente para observar su alrededor. Todo el paisaje era en blanco y negro; las negras hojas de los árboles cubrían inmóviles un paisaje de troncos grises. Las flores, no eran flores. Eran recortes en gris de un mundo ajeno.
Acarició la tierra, negra, y notó la húmeda aspereza de la orilla. Sus pies estaban a pocos centímetros del agua, pero no se atrevía a tocarla. A la luz de la luna, el lago parecía llamarla para que fuera engullida por él.
Se estremeció. El silencio atronaba en sus oídos y supo que no debía estar allí. Que todo su entorno era hostil y peligroso, a pesar del silencio y la soledad que se respiraba.
Se llevó una mano al pecho y sintió su corazón acelerado. Se observó a sí misma sin reconocerse. No tenía frío a pesar de estar desnuda. No recordaba cómo había llegado allí, no recordaba su nombre, no recordaba nada. Y a medida que se daba cuenta de que no recordaba nada, su temor fue creciendo y comenzó a temblar. Estoy soñando, pensó. Es solo un sueño.
Se levantó lentamente, atemorizada, y se apartó del agua. Caminó unos pasos hacia el bosque notando bajo los pies cada brizna, cada piedra, sin percatarse de la presencia de aquella sombra que se movía entre los árboles.
Podía escuchar su propia respiración, los rápidos latidos de su corazón, y se sentía inmensamente sola, perdida en un sueño de tinieblas grises. Buscó en vano a su alrededor alguna prenda, algo para cubrirse . Y al barrer con la mirada percibió el movimiento de la sombra entre los árboles.
El pánico se apoderó de ella. En un primer momento dudó que hubiera visto algo moverse, pero la sombra reapareció, recortada entre los árboles. Inmensa, tenebrosa.
Giró sobre sus pasos y regresó rauda a la orilla. Sus pies rompieron la tranquilidad de la superficie del lago y la luna empezó a bailar. No quiso mirar hacia atrás. Si era un sueño debía salir de él, y qué mejor camino que a través del agua.
Lentamente, sin girarse, entró en el lago de agua gélida. En un momento de valor miró hacia atrás y pudo ver, con terror, la inmensa sombra que sumergía su primer paso en el lago.
Quiso nadar para alejarse pero notó como algo agarraba sus piernas y la estiraba hacia abajo.
Quiso gritar pero no supo. Quiso nadar, pero no pudo. Quiso respirar y sólo pudo llenar los pulmones de agua. La arrastraron al fondo del lago. La sombra se desvaneció, pues era su propia sombra, gris, proyectada por la luna llena de aquella noche de verano que no era más que un sueño. Un sueño del que jamás despertaría.
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