Para lectores sabios

martes, 4 de noviembre de 2008

Batallas perdidas

Por nada del mundo deseaba encontrarse con ella. Solía resultar un momento desagradable y eso que evitarla podía resultar fácil. M. caminaba intranquilo por la calle, —igual hay suerte— pensaba, confiando en no toparse otra vez con ella cara a cara, con su desagradable tez apergaminada, altiva e inmóvil, como siempre, culpándole de nuevo en silencio por su estupidez. Pero M. se negaba a complacerla siempre, lo encontraba injusto. No le debía ya nada y no creía merecer un nuevo enfrentamiento sólo por haber estado un rato más de lo previsto donde no debía estar, al menos a los ojos de ella.
Se acercó lentamente a la esquina y en el último segundo titubeó. —Si me doy prisa igual la evito—, pensó, y miró furtivamente calle arriba y calle abajo. No, nada sospechoso, aunque igual ya era demasiado tarde. Corrió al coche, pero a medida que se acercaba la pudo ver. Estaba allí. Otra vez. La rabia le enfureció. Ya no podía evitarla.
Allí estaba, toda chula, amarilla, bien doblada bajo el parabrisas. Y eso que se suponía que por ahí no pasaba el guardia hasta las seis. M. la cogió, la arrugó y la tiró a la papelera. Ya le habían jodido otra vez la tarde. Si no pintaran tantas zonas azules,….

No hay comentarios:

Publicar un comentario