Para lectores sabios

martes, 7 de diciembre de 2010

A veces...

A veces me siento un ser sobrehumano, omnipotente, omnisciente; otras me siento tan insulsamente mediocre que dudo incluso de mi propia existencia. La mayoría del tiempo me siento, sin embargo, en el punto de equilibrio, y eso es bueno.
A veces noto que controlo lo que me rodea, mi presente y mi futuro. Disfruto entonces de los recuerdos del pasado, de los colores del otoño en un bosque de hojas caducas, de los rayos de sol que atraviesan las ramas a medida que se desnuda, del aterciopelado suelo de hojarasca en el que se combina la más bella mezcla de colores pastel. Y a veces noto que lo que me rodea me controla, que el pasado me asalta con saña y alevosía, y el paisaje otoñal se convierte en cenagal, inmundo, despreciable, pues sólo vale el sueño de la primavera, del cálido tacto de la arena en una playa hastiada de sol.
A veces,… a veces me siento inmensamente feliz, enamorado, girando con los brazos abiertos expuesto al viento que me despeina y me limpia, arrastrando rencores, recuerdos, remordimientos. Y a veces no puedo impedir sentir como un tsunami de tristeza recorre mi alma de lado a lado, ahogando y apagando los pabilos de felicidad, hilvanados en velas de suave aroma, y enfriando con agua salobre cualquier semilla de futuro que germinara en mi cuerpo, en mi mente, en mis manos.
A veces miro hacia delante, sin mirar atrás. Otras miro hacia atrás sin poder ver lo que tengo frente a mis propias narices. A veces me siento perdido, otras me encuentro, pero cada vez más perdura el encuentro, y se desvanece el obsoleto miedo del pasado.
A veces pienso que estoy viviendo la vida, y otras, cada vez más pocas, que debería estar viviéndola. A veces se deshacen los sueños entre los dedos, como la arena del mar, pero no hay más que mirar abajo para ver que siguen allí, con muchos otros más.
A veces siento las caricias que me da la vida, otras sólo las sueño. 
A veces, los sueños no son más que sueños; y a veces, los sueños, de tanto soñarlos, se convierten en realidad.
¿Eres un sueño? No, ya no. Ahora eres premonición de futuro. Te he soñado demasiado, y te convertiré en realidad.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Sombras

Observaba la luna como si fuera la primera vez que la viera. Prácticamente llena y muy baja en el horizonte, cubría su entorno con un velo de luz gris azulada. El reflejo en el lago era perfecto, ya que la superficie estaba totalmente quieta, como un espejo. No sabía cuánto llevaba en la orilla pero le parecía una eternidad. Se apartó el cabello de la frente para observar su alrededor. Todo el paisaje era en blanco y negro; las negras hojas de los árboles cubrían inmóviles un paisaje de troncos grises. Las flores, no eran flores. Eran recortes en gris de un mundo ajeno.
Acarició la tierra, negra, y notó la húmeda aspereza de la orilla. Sus pies estaban a pocos centímetros del agua, pero no se atrevía a tocarla. A la luz de la luna, el lago parecía llamarla para que fuera engullida por él.
Se estremeció. El silencio atronaba en sus oídos y supo que no debía estar allí. Que todo su entorno era hostil y peligroso, a pesar del silencio y la soledad que se respiraba.
Se llevó una mano al pecho y sintió su corazón acelerado. Se observó a sí misma sin reconocerse. No tenía frío a pesar de estar desnuda. No recordaba cómo había llegado allí, no recordaba su nombre, no recordaba nada. Y a medida que se daba cuenta de que no recordaba nada, su temor fue creciendo y comenzó a temblar. Estoy soñando, pensó. Es solo un sueño.
Se levantó lentamente, atemorizada, y se apartó del agua. Caminó unos pasos hacia el bosque notando bajo los pies cada brizna, cada piedra, sin percatarse de la presencia de aquella sombra que se movía entre los árboles.
Podía escuchar su propia respiración, los rápidos latidos de su corazón, y se sentía inmensamente sola, perdida en un sueño de tinieblas grises. Buscó en vano a su alrededor alguna prenda, algo para cubrirse . Y al barrer con la mirada percibió el movimiento de la sombra entre los árboles.
El pánico se apoderó de ella. En un primer momento dudó que hubiera visto algo moverse, pero la sombra reapareció, recortada entre los árboles. Inmensa, tenebrosa.
Giró sobre sus pasos y regresó rauda a la orilla. Sus pies rompieron la tranquilidad de la superficie del lago y la luna empezó a bailar. No quiso mirar hacia atrás. Si era un sueño debía salir de él, y qué mejor camino que a través del agua.
Lentamente, sin girarse, entró en el lago de agua gélida. En un momento de valor miró hacia atrás y pudo ver, con terror, la inmensa sombra que sumergía su primer paso en el lago.
Quiso nadar para alejarse pero notó como algo agarraba sus piernas y la estiraba hacia abajo.
Quiso gritar pero no supo. Quiso nadar, pero no pudo. Quiso respirar y sólo pudo llenar los pulmones de agua. La arrastraron al fondo del lago. La sombra se desvaneció, pues era su propia sombra, gris, proyectada por la luna llena de aquella noche de verano que no era más que un sueño. Un sueño del que jamás despertaría.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tempus fugit II

Languidece la noche. Y languidece, como siempre, sin parar. El tiempo, el tiempo, eltiempoeltiempoeltiempo…. El tiempo marca las horas y los minutos marcan el tiempo. Se cierra el círculo que no puedes controlar, sólo aprovechar, como puedas. Pues las agujas no paran de trazar círculos en tu vida. Cada día parece que todo empieza de nuevo, pero no es así, sigue de nuevo.
Hará ya unos quince años que murió mi abuelo Juan, el farmacéutico, padre de mi madre. Su recuerdo está hoy en la palma de mi mano, en un objeto especial que hoy he vuelto a rescatar, tras varios años olvidado en un cajón. El reloj de mi abuelo, que me legó en su testamento. Un reloj que, según él, yo admiraba mucho de pequeño. Y ahora, en este mismo momento en el que el tiempo recobra su importancia, recobra su importancia. Lo limpio, lo repaso, le doy cuerda,… y funciona. Debe llevar más de cinco años sin funcionar pero funciona. El reloj,… debe tener más de 60 años. Funciona, suave, silencioso. Funciona. Es una imagen del pasado que perdura en la memoria. Y cuando el pasado te invade de esta forma, el reloj cobra vida y te habla. Me cuenta cosas de mi infancia; mientras hace tic tac me dice que de niño, seguramente sentado en su regazo, jugaba con su reloj. No puedo recordarlo, pero me encantaría poder recordarlo. Por eso me lo legó; para que me sumergiera en su recuerdo, para que perdurara en mi memoria. Para que al menos un par de veces en la vida le diera cuerda y volviera a sentarme en su regazo.
Recuerdo la farmacia, los estantes repletos de frascos ilegibles. El armarito con frasquitos pequeños, con cicuta, curaré, y otras sustancias peligrosas, pero al parecer útiles para curar. Recuerdo que mi abuelo era muy alto y delgado, sonriente, amable, cariñoso,... Recuerdo que leía La Vanguardia cada día, de pe a pa, sentado a la mesa del comedor y apoyando la cabeza en la mano izquierda, gesto que he heredado de él, según mi madre. Recuerdo cuando tocaba el piano, y cuando ponía discos en la gramola. Recuerdo su casa, grande, con habitaciones tan alejadas entre sí que creaban mundos distintos.
Hoy, totalmente obsoleto, su reloj recobra vida de nuevo, vive, en su mecanismo y en mi mente. Y mañana, si no le doy cuerda al recuerdo, se apagará. No quiero que se estropee, es mi recuerdo, el único de mi infancia. 
Las agujas giran y se repiten en sus círculos. Nosotros nos limitamos a darles cuerda y a vivir en línea recta.

jueves, 7 de octubre de 2010

Un poco de Fujitsu ¡¡por favor!!

Las ocho menos cuarto. Tras varios largos de piscina me dirijo a la sauna. Vacía, como siempre. Me quito las zapatillas y cuelgo el gorrito y las gafas de nadar de un gancho, entro en la sauna, cierro y me tumbo en un nivel alto, donde más calor hace. Qué tranquilidad, pienso. A estas horas matutinas no hay nadie. Qué ganas de quitarme el bañador mojado, pero no se puede.
¡Sorpresa!. Clac, se abre la puerta y entra una señora, más ancha que alta, con su gorrito, las zapatillas, las gafitas de nadar todo bien puesto en su sitio, y sin toalla.  En fin, hago oídos sordos y, de paso, cierro los ojos para hacer también la vista ciega.
¿Esto es la sauna? –pregunta inteligente de la pelota con bañador amarillo que acaba de entrar-. Tentado estoy de decir que no, que es el restaurante del gimnasio, pero vence la buena educación y lo limito a un simple “juraría que sí, porque hace un calor de coj… de miedo”. La pelota amarilla suelta una risita.
-¿Y cuánto rato hay que estarse aquí dentro con este caló?
-Pues unos diez minutos, señora. Depende de cuánto aguante.
-Me vi a poner como uzsté, asina, estiradita y to.
- ….
-Joer qué caló q’hace aquí, ¿no? Y uzté cree que es sano esto?
-Si se queda dormida y no se despierta, posiblemente no. Pero si no fuera sano no habría saunas, señora.
-Ya, jejejejeje, ya se me lo imagino, ya, jejejejeje.
-…..
¿Me puedo quitar el gorro? ¡Que uzté no lo lleva!
-Quíteselo, aquí no es necesario llevarlo. Además, con el gorro sudaría demasiado y se le caería el pelo.
-Ya sólo me fartaría ezo, Virgen santa, que me cayera má er poco que tengo.
-Y tampoco hay que entrar con zapatillas, pero sí con toalla.
-¿Y pa qué quiero yo la toalla? Zi lo que no quiero es no pisar ná raro.
-Señora, es porque las zapatillas ensucian la sauna, que se limpia a diario. Pero si no se pone toalla (debajo de su inmenso culo iba a decir, pero me callé) ensuciará la madera de sudor.
-Ahhhhhh, tá bien. Sargo a por la toalla y a dejá las zapatillas. Totá, me se ha caído la suela de la derecha y voy coja…!
-Vaya por Dios (no sé a qué vino mi comentario, pero lo solté).
-Es que miresusté- dice el globo sujetando la puerta abierta –ya la llevaba suerta varios días y se vé que con la humedá, me se ha desprendío del tó.
-Señora, por favor, cierre la puerta que se va el calor.
-Uyyy,… que tonta.
Sale, cierra, vuelve a abrir y entra sin zapatillas y con toalla. Bien.
-Ahhh, ahora ya tá mejor. ¿A que sí?
-Mucho mejor (sonrío, por no arrancarle los ojos)
-¿Y ese botón rojo pa qué es?
-Es para avisar, por si pasa algo, si alguien se marea o si no puede salir.
-Ahhhh. Tá bien. ¿Qué seguro no?
-Depende,… tiene que haber alguien más que lo pulse si el que se marea no puede..
-Jajajajaja, por suerte está uzté aquí, pa pulsarlo si me duermo, ¿no?
Sonrío, me giro e intento relajarme, que ya me baja el sudor a chorros.
Empiezo a adormecerme que se abre de nuevo la puerta. El siguiente globo es negro (al menos mejor gusto con el bañador).
-¡Manola, tas aquí! Y yo buscándote por el yacussi ése y no te veo. Has pasao de la sopa garbanzos a la secadora ¿eh?
-Ay, Lola, pos sí, mira, quería probar esto. Ezte señó tan amable me ha explicao como funciona. Dice que si me quedo dormida no es sano, ¡jajajajajaja!
-¿Y qué hases con la zapatilla toa rota, Manola?
-Pos ya ves, sa caío desfinitivamente. Por ahí andará la suela esa. Pero no la va a cogé nadie, ya verás.
-Pos bueno sería el que la cogiera...!!
A estas alturas, el volumen dentro de la sauna empieza a alcanzar más decibelios que la temperatura.
Clac, se abre la puerta, entra un señor.
-Ya toy aquí, Lola. ¡Anda, la Manola! ¿También tas metío aquí?
-A farta de la suela de mi zapatilla, pos mira, sí, me metío aquí con miedo a ver si no me desmayo. Pero ezte señó de ahí arriba ha sío mu simpático y me lo ha explicao. Si te desmayas puedes apretar el botoncito rojo ese,… el pimiento ese, vaya, jajajajaja!!
Todos me miran, yo sonrío.
Manola: ¡Uffff, pero qué caló que hace aquí dentro!
Lola: Pos sí, pero é mu sano, dice er señó. (Me hago el dormido)
Marido: Claro que es sano, se suda la grasa que sobra
Manola: ¿Que a mí me sobra grasa? Mira que te doy, Juan.
Juan: Mucha, mucha, Manola, que hay que conservarse.
Lola: Pos a mí sí que me sobra, tanto que hasta se me cae la zuela de la zapatilla, ya ves.
Juan: ¿Se ta caído la suela? ¿Y eso?
Lola: Pos mira, la humedá será, aunque ayer ya la tenía asina como desprendía ¿no?
Juan: Eso es por comprarlas baratas. Mira en Declatló me compré yo unas de mi número que es el 39, y resulta que ayer alguien se debió equivocar y me dejó unas iguales, pero del 43. Ya ves, me puedo bañar dentro de ellas y no sé a dónde llegará ése con las mías tan pequeñas.
Lola: Pues habrá sio un erró, porque pa robar unas y dejar otras….
Manola: Seguro, mira el otro día en el carrefú, una mujé se me llevaba el carro, por suerte era antes de pasá por caja y pagá.
Lola: Pero si te deja er monedero dentro del carro te lo pueden quitar, mujé.
Manola: Sí, ¿verdá? Juan, ¿tacuerdas de cuando fimos a Andorra? ¿Aquella mujé que lloraba que le habían quitao el borso del carro?
Juan: Sí que macuerdo, sí, la pobre,…..

Me levanto para salir. No aguanto más.
Lola:¿Se va usté ya? ¿Tengo que salir yo?
-Nooo, usted quédese un ratito más, que cada uno tiene su tiempo (y no salga nunca por favor, ayyyy que ganas de decirlo).

Salgo, cierro, me doy una ducha helada pero rapidita y salgo disparado hacia los vestuarios. Al pasar junto a la sauna se escuchan comentarios sobre los precios de las zapatillas en Andorra.

Mañana, con tapones y me hago el muerto, o el sueco.
Un cartelito de “Silencio en la sauna, por favor” no estaría nada mal.

jueves, 16 de septiembre de 2010

En busca de la creatividad perdida

Me puse el gastado sombrero de cuero, me calcé las rasgadas botas, colgué el zurrón del hombro y el viejo colt del cinturón, junto a mi inefable látigo, y me lancé a la búsqueda de la creatividad perdida.

Batallé durante semanas con emboscados reality shows en televisión, con siniestros botellones nocturnos, con subrepticios comentarios en facebook e incluso con escatológicas declaraciones de políticos de alta alcurnia. Pero no alcancé mi objetivo. Mis mapas no me servían, pues sólo indicaban la situación de los McDonald’s y del Corte Inglés más cercanos. Mi GPS me hablaba en chino al ordenarme que a nuevecientos metros tomara la quinta salida de la rotonda, que una vez alcanzada sólo tenía tres.
En mi desesperación busqué en Google, en mi Blackberry, en la Xbox de mi hijo y hasta en libros de cocina africana. Busqué en las cuerdas de mi guitarra, en la papelera de una escuela, en las posturas de mi gato, incluso en el manual de uso de mi nueva caldera.
Al final, pregunté a mi terapeuta que me dijo que mirara dentro de mí, que la respuesta estaba en mí mismo. Y sí, allí estaba, ciertamente. Visto mi interior, vi que la creatividad, simplemente, aún no había llegado. Llegaba tarde, pero la creatividad no tiene hora de llegada.
La creatividad no se busca. La creatividad llega, y llega cuando le da la gana. La busques donde la busques, si llega, incluso estará en el McDonalds, en la caldera de gas o en la Blackberry.
Descargado de mis vestiduras de aventura y puesta la lavadora con la ropa sucia, me senté a esperar su llegada. Y vaya si llegó. Sí. Llegó con las vueltas de la ropa en la lavadora, en el vórtice que forma el jabón. Allí estaba, la muy descarada. Así que recurrí a mis mejores artes para retenerla.
Y lo que me dio,… bueno, eso ya llegará. Estoy en ello. Lo prometo. Pero es que ahora se me hace tarde y me pierdo Los Simpsons… Nunca es tarde, si la dicha es buena.